¿De qué está hecha una lucha? ¿Cuánto se dedica? ¿Cuánto se lleva de una?
Pienso en cuánto me gustaría hacerles esas preguntas a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, a las que salieron con vida de los centros clandestinos, a las que atravesaron años de cárcel en plena dictadura, a las que parieron en esos infiernos, a las que criaron hijes en plena militancia por una realidad mejor, a las hijas, hermanas, sobrinas, tías que se cargaron al hombro la búsqueda de sus desaparecides y apropiades y que nunca más frenaron. Y también a aquellas que atravesaron la angustia en silencio y aprendieron a vivir con el hueco de la ausencia sin poder hacer nada por miedo o por tener que salir a sostener a la familia en soledad.
Hoy, 8 de marzo, #8M, día de lucha, paro y movilización de las mujeres en Argentina y en muchísimos otros países del mundo, a esas que lo han dado literalmente todo por cumplir con un objetivo que no eligieron, que apareció en su camino rodeado de oscuridad y al que, no obstante, han mirado de frente.
La militancia, los secuestros y las torturas, el después, la búsqueda, los reclamos, la lucha por memoria, verdad y justicia no distinguió sexo ni género, pero no hay dudas de que las mujeres han sostenido banderas y atravesado terrores de una manera particular que solo se explica por el mero hecho de fueron y son mujeres. Aquello pudo haberles jugado a favor en algunas oportunidades, pero muchas otras, muchísimas, fue para mal.
Vale la pena, siempre, recordar que uno de los objetivos de la dictadura fue el de “reconstruir” valores como los de “la familia” en la sociedad. Y aquello implicaba echar a las mujeres de lugares de acción política, intelectual y de acción concreta y devolverlas a las mujeres a sus casas, a parir y criar y cuidar hijes, maridos, madres y padres. El Plan Sistemático de Tortura y Exterminio reservó para ellas un capítulo especial que incluyó la descalificación, la tortura psicológica —en algunos casos fue física también— sobre les hijes y la crianza, la objetivación y apropiación de los cuerpos, los abusos y acosos, la inoculación de la culpa, algo que pega tan fuerte todavía en nosotras.
Vale la pena, siempre, recordar el impulso del mandato materno que parió a muchas mujeres a la calle, a la construcción colectiva en pos de un objetivo común, a la vida pública. Mujeres que hasta el secuestro de sus hijes y el robo de sus nietes no hacían más que criar y cuidar y trabajar también fuera de casa, en algunos poquitos casos. Un mandato desde el que fueron golpeadas una y otra vez, por cierto. ¿Cuántas veces le habrán dicho a una mamá, a una abuela, que la culpa de la desaparición de su hije era de ella, por no criarlo “debidamente"?
Vale la pena, siempre, recordar a aquellas mujeres cuya militancia política corrió, también, por las vías del mandato materno, rechazando modos conservadores y fundando nuevos, muchas veces comunitarios. La revolución también fue de las mujeres en sus roles de madres y esposas.
Y compañeras. Porque los vínculos que se entablaron entre mujeres adentro mismo de los campos de concentración adquirió características específicas, vínculos que continuaron fuera del infierno, a pesar de la ausencia de mcuhas de ellas. Basta recordar la defensa en manada que un grupo de detenidas clandestinas en el Pozo de Banfield ejercieron sobre Adriana Calvo y Teresa, su bebita recién nacida —Adriana la parió en el asiento de atrás del auto en el que la trasladaban de un centro clandestino a otro, ¿cómo no explicar eso en términos de violencia machista?—. La obsesión de Norma Burgos por recolectar la mayor cantidad de información posible sobre las embarazadas secuestradas en la ESMA, donde también estaba ella. El cuidado colectivo que hicieron secuestradas en el Sheraton de Marcela Quiroga, que también estaba encerrada allí con tan solo 12 años. Los casos son infinitos.
Vale la pena, siempre, recordar, la batalla sin fin que muchas de ellas, sobrevivientes, dieron desde su supervivencia, hasta alcanzar la Justicia. JUntas o al lado de las Madres y las Abuelas, de las hijas y las hemanas,. Y del resto de los familiares también. Todo el espacio de su memoria que destinaron a guardar nombres, anécdotas, características físicas, datos de contexto y todos los días que se despertaron y se fueron a dormir con el deseo de que aquel día llegue. Todas las horas que pasaron pensando el cómo para lograrlo. Todos los minutos que dedicaron a llorar, para afuera y para adentro, a sus compañeres desaparecides, las torturas sufridas, la culpa por haber salido con vida, los dolores ajenos que son un poco propios, la impunidad, la indiferencia, la injusticia. Y también la Justicia.
Enormes mujeres, ¿de qué está hecha su lucha? ¿Cuánto lugar ocupa en sus vidas? ¿es posible pensar una vida por fuera de la lucha? Creo que no. Hay que ser valiente, poderosa, inmensa para dedicar la vida a una lucha. Son incomparables.
Feliz día para ustedes.
Gracias, Ailín. Me hiciste lagrimear ❤️🩹
Excelente!